Había llegado el otoño y con él las primeras lluvias anegaban ya las calles de la gran metrópolis cuando decidimos salir hacía otros parajes. Aprovechamos la oportunidad y nos dirigimos al sudoeste de Algarve hasta Sagres. La pequeña villa pesquera en el extremo de la Costa Vicentina nos esperaba para un tranquilo fin de semana.

Poco pasaban de las once cuando llegamos a nuestro destino, donde el silencio de la amena noche y los sonidos de la naturaleza sugerían un paseo a pie para relajarnos del viaje. A lo largo de la avenida que conecta Memmo Baleeira al centro de la villa encontramos algunos bares y cafés bastante animados.

La mañana siguiente nos despertamos en pleno octubre, con un magnífico día de sol que se filtraba por el ventanal. Al abrir las puertas del balcón, la brisa del mar nos inundó los sentidos y el deslumbrante paisaje sobre el océano nos dejó extasiados.

En Memmo Baleeira descubrimos un lugar mágico que inspira y respira serenidad, tanto por su diseño (la bola), por sus tonos blancos, marrones y azules, como especialmente por su entorno natural. En la paz de este lugar, donde los azules del cielo y del mar se funden en uno, disfrutamos de un delicioso desayuno repleto de frutas frescas, zumos naturales, pequeños dulces y los habituales manjares algarvíos, mientras reposábamos la mirada en sus espectaculares vistas al mar.

Aprovechamos la mañana para relajarnos en Memmo SPA, incluso antes de que partiéramos al descubrimiento de las singulares playas de Sagres. La tarde calurosa la pasamos en el vaivén de las olas y en compañía de las tablas de surf. Al final del día nos esperaba un sabroso pescado fresco para cenar, entre otras delicias típicas del sur de Portugal.

En nuestra memoria quedó un fin de semana inolvidable, entre aromas frescos, sabores tradicionales y una tranquilidad característica del lugar, la villa de Sagres y Memmo Baleeira fueron los elegidos como el lugar ideal para una corta escapada de la rutina.

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